Me acuerdo como si tuviese sido ayer...

Era um día de lluvia, sin Sol, sin calor, sin luz. El repicar de los sinos de la iglesia se oía en la nebula gris y fría. Y los pájaros negros todo vian de sus árboles sin hojas...
Un montón de gente escura y triste caminava vagarosamente por los caminos irregulares de la calle... Se oían murmúrios, sospiros, lamientos... lloros...
El ruído de la puerta del cemiterio helava los huesos y la piel. Y las imágenes de los otros muertos prendían sus ojos en mí, me cumplimentando y me dando las malas vindas...
La piedra... sí, me acuerdo mucho de la piedra: fría, triste, escura... silenciosa, no me decía nada. Y yo solo oía las palabras del sacerdote, lamentoso, con sus ojos en el cielo, pensando cuando podría para de llover...
Las personas se condolieran y, sin ruído, todo escucharon. Pero, poco a poco, empezaron a irse...
Y el cemiterio se quedaba con cada vez menos gente... hasta que no quedó ninguna... ni mismo el sacerdote...

Un gato pasó rápido por cima de mí, derrumbando mis flores sin sentimiento... Pero por qué toda esa pena, toda esa melancolía? Y yo me iba a quedar sola, como siempre había sido. En la solitud, he visto una luz que, mismo poderosa y intensa, no me hacía sentir nada...

No sentía calor, no sentía frío... no sentía alegria, no sentía tristeza...

Pero, en el final, has aparecido. Caminaste hasta mí y e te quedaste en pie sin hacer movimiento alguno... y, despazadamente, ojaste el suelo... más tarde el cielo y, después, mis ojos...

Hoy todo es lo mismo... las personas me veen y siguen su camino ojando el suelo... Y, mientras todos se afastan llorando, yo me río como un perdido en mi tumba...

Roberto Calderón